Lo que puede el amor by Barbara Cartland

Lo que puede el amor by Barbara Cartland

autor:Barbara Cartland
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico, Novela
publicado: 1979-12-31T23:00:00+00:00


Capítulo 7

Sir Hugo Harrington era un caballero de edad avanzada que había sido muy apuesto en su juventud. Su arrogante porte disimulaba sus años. Vestía con elegante sobriedad y el diamante de su corbata, anudaba elegantemente, relucía a la luz de los candelabros.

—Me alegra verle, Thane.

Miró a Lydia que estaba de pie junto a la repisa de la chimenea y exclamó:

—¡Cielo santo, su señoría! No esperaba encontrar aquí…

Se detuvo, asombrado, llevándose el monóculo a su ojo.

—Creí… —empezó a decir, pero el marqués lo interrumpió.

—Permítame presentarle a la señorita Lydia Grimwood —dijo, recalcando el apellido—. Lydia, Sir Hugo Harrington, un viejo amigo mío, quien, puedo asegurarle, es uno de los hombres más importantes del condado.

—A sus pies, señorita Grimwood.

Los ojos de Sir Hugo recorrieron detenidamente los pálidos cabellos, los grandes ojos grises y la forma del bello rostro.

—¡Es extraordinario! —murmuró como hablando consigo mismo.

Pero antes de que pudiera añadir algo más, el mayordomo anunció:

—Lord Trevor y el General Rexford-Stirling, milord.

Ambos visitantes eran también de edad avanzada, y Lydia percibió que, al igual que Sir Hugo, la miraron incrédulos cuando el marqués la presentó.

Pero de todos modos parecían encantados con el hecho de que el marqués estuviera en el castillo.

—Hace mucho tiempo que nos visitabas, muchacho —dijo el general—. Ya empezaba a pensar que los muebles iban a estar cubiertos eternamente por paños blancos. Cada vez que paso junto al castillo, miro la torre con la esperanza de ver ondear la bandera.

—Dudo que permanezca allí mucho tiempo —replicó el marqués—. Ésta es una visita corta, pero no podía regresar a Londres sin tener el gusto de conversar con viejos amigos como ustedes.

—El señor Colin Fitzgibbon, milord —anunció el mayordomo.

El marqués levantó la vista sorprendido. Un hombre joven entró al salón disculpándose.

—No hemos sido presentados, milord. Pero desgraciadamente, mi padre no se encuentra muy bien, y me ha enviado para presentarle sus disculpas y, si así lo desea, ocupar su sitio en la mesa.

—Por supuesto, señor Fitzgibbon. Sea bienvenido. Le presento al señor Fitzgibbon… la señorita Grimwood.

Lydia hizo una reverencia, el joven inclinó la cabeza, pasadas las formalidades de rigor pasaron al comedor.

El marqués sentó a Lydia a un extremo de la mesa, con el General Rexford-Stirling a un lado y el señor Colin Fitzgibbon al otro.

La mesa estaba decorada con candelabros y adornos de plata así como con varios vasos de flores, que dificultaban a Lydia el poder ver bien al marqués.

Ella sintió que esa noche él se sentía verdaderamente contento de estar entre amigos; parecía relajado y despreocupado y no pareció importarle cuando bromearon acerca de su alegre vida en Londres.

—¿Cuándo vas a cansarte de las brillantes luces y del encanto de mujeres hermosas, Arthur? —preguntó Lord Trevor. Mi esposa sigue esperando, al igual que las otras damas del condado, que muy pronto vuelva a haber una joven señora en el castillo.

—¿Una castellana? —preguntó el marqués alzando las cejas—. Mi querido George, debes estar completamente desconectado de las habladurías de la sociedad si piensa que podría traer a casa el tipo de esposa que pudiera parecerle apropiado a Lady Trevor.



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